Intemperie

Jesús Carrasco



¿Es que no te han enseñado a pedir?

Aún no sabía de lealtades ni del tiempo que pasa entre los seres y los cose con pespuntes cada vez más apretados.

… tensas como el afilador de un barbero.

¿Era una invitación al reencuentro?

La dominación estaba grabada en el interior de la barrica como una herida abierta sobre la madera en la que se enganchaban mechones mucosos. Una marca oculta o un código cerrado. Una hendidura que era como una daga que asomaba de las entrañas del tonel sólo para la garganta de la madre.

El sol había tensado tanto su piel que ahora era un ojal de pellejo curtido. La clase de tirantez con la que un cochinillo sale del horno.

Le costaba masticar y tragar pero, en esas circunstancias, el hambre venció al dolor, como había de ser para siempre.

Simplemente, un día, una gota derramó un caldero.

… brotó en él la idea de la fuga como una ilusión necesaria para poder soportar el infierno de silencio en el que vivía. Una idea que se empezó a formar en su mente en cuanto estuvo listo para albergarla y que ya no le abandonó nunca más.

No te voy a esperar toda la vida.

La corona que tiene el Cristo tiene tres puntas. Se llaman potencias. Una es la memoria, otra, el entendimiento y la tercera, la voluntad.

Yo no quiero sufrir más.

… el mundo de los adultos, ese en el que la brutalidad se emplea sin más razón que la codicia o la lujuria.

Simplemente se entregó al instinto salvaje que primero sacia y luego enferma.

… la luz que se colaba le otorgaba volumen al aire que iluminaba.
Fuera del haz de luz acechaban peligros que no era capaz de imaginar.
La voz sonó segura como el apretón de manos de un verdadero hombre.