Salomé

Oscar Wilde





Los reyes sólo tienen un cuello, como los demás hombres.

Sería terrible que los muertos volvieran.

Las manchas de sangre son tan bellas como los pétalos de rosa.

No hay que mirar a los objetos ni a las personas. Sólo debemos mirar en los espejos, porque los espejos no nos muestran sino máscaras…

Silencio. Siempre estáis gritando. Gritando como un animal de presa. No debe gritarse de ese modo. Vuestra voz me irrita.

Tengo un collar de cuatro vueltas de perlas. Como lunas encadenadas por rayos de plata. Como cincuenta lunas cautivas en una red de oro. Tengo amatistas de dos especies. La primera negra como el vino. La segunda, roja como el vino coloreado por el agua. Tengo topacios amarillos como los ojos de los tigres, y topacios rosa como los ojos de los pichones, y topacios verdes como los ojos de los gatos. Tengo ópalos que arden incesantemente con una llama helada, y ópalos que entristecen el espíritu y temen a las tinieblas. Tengo ónices parecidos a las pupilas de una muerta. Tengo piedras lunares que cambian cuando cambia la luna y palidecen a la vista del sol. Tengo zafiros grandes como huevos y azules como flores azules. El mar vaga por su interior y la luna jamás turba el azul de sus olas. Tengo crisótilos y berilios, crisopacios y calcedonias.

Te daré cuanto me pidas. Salvo una cosa. Te daré todo cuanto poseo, salvo una vida.

¿Por qué he dado mi palabra? Los reyes nunca deben dar su palabra. Si no la cumplen es terrible, y no menos terrible si la cumplen.

Está ahora inmóvil y muda, esta víbora roja que vomitó sobre mí su veneno.

Aún te amo. Sólo te amo a ti. Estoy sediento de tu belleza. Estoy hambriento de tu cuerpo. Ni el vino ni la fruta pueden calmar mi deseo. ¿Qué será de mí ahora? Ni los ríos ni los océanos podrían extinguir mi pasión.

El misterio del amor es más profundo que el misterio de la muerte.

Dicen que el sabor del amor es amargo.